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Veni, vidi, vici, Barcelona!


Te conté hace unos días que estaba preparando un viaje. Ayer regresé y hoy la pesa me dijo que después de 17 días en Barcelona, sirviendo con amor a un ser querido, volví pesando menos de lo que pesaba cuando me fui. Eso me hace caer en la cuenta que algo he aprendido durante estos meses de cuidado.

¿Cómo se logra ir de viaje, disfrutar y no volver pesando más? Se logra, sobre todo, llevando la cabeza bien preparada. Planificando desde el principio, no declarando temporada abierta de comer lo que sea en cuanto se llega al aeropuerto, conociendo las limitaciones y adelantándonos a los acontecimientos.

Te cuento qué hice yo, por si te da curiosidad. Para empezar, te digo que no me cuidé al 100. Muchas veces comí afuera de lo que normalmente como, pero también intenté que comer fuera de mi plan fuera la excepción y no la regla. Viajar es más que comer: es compartir, es explorar, es aprender, es comprar, es pasear.

En mi caso, me levantaba antes que mi compañera, salía a caminar o trotar conociendo el vecindario. (La foto es antes de que amaneciera). Le compartí a ella mis hábitos saludables en la elección de los alimentos y el horario para comer. Salíamos a los paseos armadas con una mochila que llevaba no solo sus medicamentos para que estuviera sin dolor, sino lo que necesitábamos comer y beber, para evitar que por hambre comiéramos lo que no era adecuado. (Mírame entrando a la Sagrada Familia con todo y la mochila.)

Fui a cuidar a alguien que se operó la columna, y por eso, pensé que sería imposible para mí hacer ejercicio, pero no lo fue. Caminé 13mil pasos durante la cirugía, aproveché las visitas de otras personas para salir a hacer mandados a pie o trotar un rato.

Llevé al hospital la comida que yo necesitaba para poder cuidarme bien. Fue muy práctico porque no tenía que salir de la habitación para procurarme los sagrados alimentos, aunque pareciera una locura andar acarreando con comida, esponja, jabón e incluso abrelatas.


Una vez dada de alta, y sintiéndose ella suficientemente bien, rentamos una silla de ruedas y la empujé por toda Barcelona: ella disfrutaba el paseo y yo, además, volví con los brazos y las piernas más firmes. Gracias a la actitud positiva y alegre de la paciente, caminamos, conocimos, paseamos, compramos, nos divertimos, hicimos una pequeña fiesta de cada comida sencilla, en lugar de lamentarnos por el dolor, el miedo o la incomodidad.

En fin, estoy contenta. No soy la misma de antes y poco a poco, esta versión mejorada de mi misma se va convirtiendo en mi nueva naturaleza y va inspirando a la gente que tengo alrededor.

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