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No se trata de comida

A estas alturas de la vida estoy aprendiendo que compartir no se trata de comida.



Esto es toda una revelación porque desde pequeña observé que el protagonista e cualquier celebración feliz o triste es la comida. Piénsalo conmigo: cuando es tu cumpleaños, el protagonista es el pastel. Cuando celebraste alguna fiesta, el menú es crucial. Cuando vas a alguna reunión, no dudas en pensar qué habrá de comida. Seguro puedes pensar en alguna anfitriona que cocina maravillosamente y cualquier reunión que ella organice es un deleite. Vas a la cena de navidad esperando el platillo tradicional de tu familia, a las bodas sabiendo que beberás y comerás deliciosamente, a los cocteles de celebración pensando en la elegancia de las boquitas. Incluso conozco a alguien que no puede despegarse de la bandeja de los sándwiches en los funerales. Viajamos pensando en todo lo que probaremos o disfrutaremos en esas tierras lejanas. Y así, la comida, en lugar de ser el acompañante de todas estas actividades, el detalle necesario para atender a las necesidades de energía de la gente que va, se coloca en un papel preponderante.


Estando en tratamiento para adelgazar aprendí a cuidarme en donde fuera. Llevé lonchera a todas partes (todavía lo hago). Al principio, comer de lo mío en lugar de lo que había me causaba molestia y enojo por sentirme ajena a lo que estaban haciendo los demás, pero poco a poco aprendí que al celebrar, al acompañar, lo importante es el evento en sí, la persona, la compañía, la razón que se celebra.

Cuando celebré dejando la comida de lado, empecé a levantar los ojos del plato y a ver a las personas a los ojos, a escuchar con atención las conversaciones, a conectarme con lo que pasaba a un nivel más profundo, a hacer preguntas sinceras, a dedicarle tiempo de calidad a las personas con las que fui a compartir, y poco a poco, durante un año y sin notarlo, aprendí a relacionarme de esta nueva forma, más pura, que no tenía nada que ver con la comida. Pero…


Tengo una semana de estar en problemas. Hace una semana que mi hijo se graduó de la universidad y fue en nuestra casa la recepción. Empecé a pensar en qué daría para agradar a los invitados y me di el permiso de celebrar como todos. Sentía que lo merecía, tras meses de adelgazamiento y un par de meses de saber mantenerme en mi rango de peso. Incluso bajé de peso preventivamente para poder subir un poquito y todavía quedar en mi rango. Pero las cosas se me salieron de las manos.

El día de la fiesta, empecé a recibir a mis invitados feliz de verlos, pero pensando además en qué me serviría del buffet. Disfruté de la conversación, de la gente y de la comida. Mientras pasaban las horas, los papeles se cambiaron y en vez de controlar yo qué comería, la comida empezó a tomar el control. Cual canto de sirena, lo que había quedado de la fiesta empezó a llamarme: comí algún postre como refacción, compartida con amigos, claro. Al día siguiente, me levanté con 4 libras de más, pero recordé al desayuno que había quedado de esto o de aquello. Ya no estaba yo en control. Intenté luego retomar mi dieta normal pero el pastel se me metió en la cabeza, y cuando menos lo pensé, me encontré en una batalla entre la refri y la voluntad, y qué difícil se me hizo retomar mi cuidado.

Lo hice durante un par de días y ayer fue el día de la madre. Muy virtuosa, me levanté a hacer ejercicio tempranito, pero desayuné con mi familia incluyendo un poquito de lo que no debía (al fin y al cabo, ya estaba volviendo a mi peso). Luego, visité a mi querida a (¿cuántos días de la madre más podré celebrar con ella?) a la noche, mi esposo regresó estresadísimo de la oficina y necesitando aliviarse con comida, y yo le demostré que me importa lo que le sucede, comiendo a su lado… En todo el día olvidé que celebrar y acompañar no es comer, es conectar de forma auténtica y profunda, y que la comida a mí me entorpece compartir de la forma como yo quiero hacerlo.

El olvido duró muy poco porque hoy la pesa se encargó de recordármelo. Hoy, en lugar de estar mejor que ayer, estoy más pesada y más frustrada conmigo mismo. Si me hubiera cuidado ayer, estaría triunfal y más apegada a lo que es importante para mi. Si no hubiera pensado el día de la graduación que merecía comer y hubiera pensado que merecía seguir bien cuidada, otra hubiera sido la historia. Si hubiera recordado que yo tengo un problema con la comida, habría estado mucho más vigilante.

En fin, soy un ser que siempre está en construcción, y estos días de desorden me recordaron que toda travesura tiene su factura y que en serio, yo quiero conectarme a nivel profundo con la gente que amo y cuando la comida se mete en la ecuación, salgo perdiendo. No a todos les pasa igual, pero si tienes una historia de problemas con la pesa, quizás esto te haga sentido.

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