Ni como flaca ni como gorda
Primero que nada, déjenme usar los términos que usamos cuando estamos en confianza: flaca y gorda, porque después de todo, estamos en confianza.
Anoche salí a un bar con familia y amigos a escuchar música en vivo y la pasamos muy contentos. Y ahora que me estoy cuidando, cada vez se me ha ido aguzando la mirada a varias cosas que antes no veía, quizás porque se me iban los ojos a los platos más que a lo que pasaba a mi alrededor. Pues bueno, lo que quería contarles es que anoche, observando el consumo de bebidas y alimentos de los que me rodeaban, me di cuenta de algo curioso: ni como como flaca, ni como como gorda.
En el lugar había gente de todas edades, desde niños corriendo entre las mesas hasta personas mayores. A mi derecha se ubicó en una mesa un grupo de señoras ya no tan jóvenes: unas gordas y unas muy gordas. Pidieron un enorme plato de nachos y sus bebidas, y la más gordita de ellas se sentó frente al plato a devorarlo con alegría. Nunca la vi levantarse de la mesa y pasear o saludar a otros. Sencillamente disfrutó su velada sentada, acompañada de sus compañeras y claro, de su comida. A mi izquierda, un grupo de gente joven, todos delgados o de constitución saludable. Sé que cenaron antes de llegar, pero igual pidieron entradas, hamburguesas, sangrías y cervezas, así como gaseosas regulares, en doble ronda. Y en medio de ambos grupos mi marido y yo, con sodas de dieta, disfrutando del evento, con la pancita llena de comida saludable que disfrutamos antes de salir.
Es feo darme cuenta que a lo largo de la vida migré del grupo joven, fit y descuidado al comer, al de la derecha, el de las señoras pasadas de peso. En algún momento sufrí esa traición que te hace el cuerpo de seguir comiendo como siempre comías, pero el peso cada vez más arriba. Empezó hace unos 24 años la historia de hacer dieta para regresar a mi peso y a mi figura, una y otra vez, pero siempre, cual globo de helio, me dejaba de cuidar y empezaba a comer como sabía comer, o como me gustaba y me iba para arriba. De hecho, sigo en esas: estoy a dieta y si se me va el control, la pesa me lo dice inmediatamente, y siempre es para arriba. Sin embargo, muchas cosas han cambiado porque ahora sé que a medida que envejecemos, cada vez es más necesario comer menos y hacer más ejercicio.
Si hablamos de formas de comer, ahora no pertenezco al ningún grupo de personas que comen como si no importara, ni a los jóvenes que aún tienen un metabolismo bendito, ni al de las mayores que se han conformado con verse cada vez peor. Pertenezco a un grupo de personas que se dieron cuenta, a través del tratamiento de Plusvida, que es posible hacer algo al respecto del sobrepeso, que podemos retomar el control de nuestra salud y de nuestra figura, y que el precio de hacerlo es el cuidado constante y vigilante de lo que hacemos y lo que que comemos. Por cierto, con mucho orgullo digo que tampoco pertenezco al grupo de las flacas tramposas, que sacrifican su salud para estar delgadas a cualquier costo. Me siento como impostora entre las flacas, porque las señoras de mi edad que se han mantenido delgadas toda la vida tienen un chip preinstalado que yo no tenía, que es el instinto para cuidarse, pero poco a poco voy aprendiendo.
En fin, quería contarles que ahora ya no como en automático, ni como si no importara. Hablando en confianza, quizás este cuidado raya un poquito en obsesión y estoy consciente de ello. Después de todo, comer como lo hacía antes me llevó a estar mal y ahora, estoy envidiablemente saludable, he aprendido a disfrutar de otras cosas y por ahora estoy conforme con mi sentencia: saludable que tendrá que cuidarse toda la vida. Mientras lo hago, levanto la mirada del plato, veo a mi alrededor, escucho las conversaciones, interactúo con los demás y aún así, la paso feliz… pequeños cambios que han hecho una gran diferencia.